Hace tanto tiempo que me hablabas corazón, que me susurrabas despacio, que te asfixiabas, que te estabas ahogando en el silencio en que mi cabeza te sometió. Debí escucharte. Pero ya ves, a veces se pierde la esperanza y te engaña la razón...
Llegó el otoño... ese que tanto te gusta, ese que te hace suspirar y vibrar con cada paisaje. Sé cuánto te gustan los colores y sentir esas emociones que te hacen palpitar con mayor intensidad. Pero este nuevo ciclo trajo consigo la melancolía, una suave tristeza que empezó a ahogarte cada día más.
Quizás fueron las oscilaciones de los tonos, talvéz el crujir de las hojas o el frío de las noches el que comenzó a inquietarte más de lo usual... De a poco comenzaste a hablarme más fuerte, a moverte con más ímpetu... Te sentí extraño, pero no sabía qué era realmente lo que te sucedía. A veces eres algo ambiguo y no comprendo bien tus señales... Ahora sé que estabas tratando de sacarte esa telaraña que te inmovilizaba y que estabas listo para romper todas las barreras que alguna vez te puso mi razón.
Un día en que te sentí triste, sollozando, casi dándote por vencido; te escuché... Sentir que oía al fin tu voz te dio el poder suficiente para ponerte de pie, vencer los temores y apoderarte de todo mi ser.
Te vengaste de mi razón, de aquella que te hizo callar y cambiar de rumbo durante largos años... Ahí apareciste... Con valentía y fuerza de guerrero te apoderaste de mí. Y pude escuchar tus palabras, tan nítidas como la lluvia de invierno... Sentí que pude conectarme al fin conmigo misma y que tú podías conectarte con el universo entero... Te escuché con atención y sentí que, por primera vez en mucho tiempo, estaba haciendo lo que realmente querías hacer.
Me dijiste que no me preocupara, que no sintiera temor, que no me dejara tentar por la razón. Que estabas ahí para guiarme, que siempre me hablabas y que era hora de que te liberara y te dejara ser feliz...
Te sonreí, te sentí, te escuché y te hablé... y boté todo ese aire que hace tanto tiempo te ahogaba... todo lo que no te dejaba respirar se disolvió en un suspiro... Gracias.
Debí escucharte antes corazón. Pero a veces la razón te pone vendas y te amordaza...
Pero ya eres libre, y yo estoy aquí, escuchándote cada día, conversando contigo en todo momento y contemplando la vida a través de tus ojos a cada instante...
Llegó el otoño... ese que tanto te gusta, ese que te hace suspirar y vibrar con cada paisaje. Sé cuánto te gustan los colores y sentir esas emociones que te hacen palpitar con mayor intensidad. Pero este nuevo ciclo trajo consigo la melancolía, una suave tristeza que empezó a ahogarte cada día más.
Quizás fueron las oscilaciones de los tonos, talvéz el crujir de las hojas o el frío de las noches el que comenzó a inquietarte más de lo usual... De a poco comenzaste a hablarme más fuerte, a moverte con más ímpetu... Te sentí extraño, pero no sabía qué era realmente lo que te sucedía. A veces eres algo ambiguo y no comprendo bien tus señales... Ahora sé que estabas tratando de sacarte esa telaraña que te inmovilizaba y que estabas listo para romper todas las barreras que alguna vez te puso mi razón.
Un día en que te sentí triste, sollozando, casi dándote por vencido; te escuché... Sentir que oía al fin tu voz te dio el poder suficiente para ponerte de pie, vencer los temores y apoderarte de todo mi ser.
Te vengaste de mi razón, de aquella que te hizo callar y cambiar de rumbo durante largos años... Ahí apareciste... Con valentía y fuerza de guerrero te apoderaste de mí. Y pude escuchar tus palabras, tan nítidas como la lluvia de invierno... Sentí que pude conectarme al fin conmigo misma y que tú podías conectarte con el universo entero... Te escuché con atención y sentí que, por primera vez en mucho tiempo, estaba haciendo lo que realmente querías hacer.
Me dijiste que no me preocupara, que no sintiera temor, que no me dejara tentar por la razón. Que estabas ahí para guiarme, que siempre me hablabas y que era hora de que te liberara y te dejara ser feliz...
Te sonreí, te sentí, te escuché y te hablé... y boté todo ese aire que hace tanto tiempo te ahogaba... todo lo que no te dejaba respirar se disolvió en un suspiro... Gracias.
Debí escucharte antes corazón. Pero a veces la razón te pone vendas y te amordaza...
Pero ya eres libre, y yo estoy aquí, escuchándote cada día, conversando contigo en todo momento y contemplando la vida a través de tus ojos a cada instante...
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